El Papa: “Dar sin esperar nada a cambio. Tocar concretamente las heridas de los hermanos para darles luz y limpiar su miseria”
(Ciudad del Vaticano, 5 Mar. 2024). “Cuando hacemos un esfuerzo, como en el caso de las ayudas que se destinan a la Iglesia en América Latina, es natural que pretendamos un resultado. No obtenerlo podría estimarse un fracaso o al menos nos deja la sensación de haber trabajado en vano. Pero una tal percepción parecería ser contraria a la gratuidad, que evangélicamente se define como dar sin esperar nada a cambio”, observa el Papa Francisco en su Mensaje a los participantes en un encuentro con instituciones y organismos de ayuda a la Iglesia de América Latina, que se está llevando a cabo en Bogotá, Colombia, esta semana.
“¿Cómo conciliar ambas dinámicas? Para adentrarnos en esta cuestión, tal vez pueda ser útil dar un paso atrás, poniendo el foco en lo que nos pide Jesús y nos dice el Evangelio, intentando preguntarnos, como haría un periodista: ¿Quién da? ¿Qué da? ¿Dónde da? ¿Cómo da? ¿Cuándo da? ¿Por qué da? ¿Para qué da? En respuesta a la primera pregunta —¿quién da?— la Escritura nos aclara que lo que damos no es más que lo que hemos recibido gratis. Dios es el que da y no somos más que administradores de unos bienes recibidos”, recuerda el Papa, quien recalca que “para la segunda pregunta —¿qué nos da el Señor?—, la respuesta es simple: nos lo ha dado todo”.
“Nos ha dado la vida, la creación, la inteligencia y la voluntad para ser dueños de nuestro destino, la capacidad de relacionarnos con Él y con los hermanos. Más aún, se nos ha dado Él mismo infinitas veces: haciéndonos a su imagen, capaces de amar, dándonos pruebas de su amor a lo largo de la Historia de la Salvación, en la entrega de Cristo en la cruz, en su presencia en el sacramento de la Eucaristía, en el don del Espíritu Santo. De ese modo, todo lo que tenemos o es Dios, o es prueba y prenda de su amor. Si perdemos esa conciencia en el dar y también en el recibir, pervertimos su esencia y la nuestra. De administradores solícitos de Dios, pasamos a ser esclavos del dinero y, subyugados por el miedo a no tener, damos el corazón al tesoro de la falsa seguridad económica, de la eficiencia administrativa, del control, de una vida sin sobresaltos”, advierte Francisco, quien subraya que “Dios se da, en una palabra, en medio de su Pueblo”.
“Nuestro dar no puede no tomar en consideración esta verdad ineluctable, que sabemos cierta incluso en nuestra propia historia personal y comunitaria. No rehuyamos por tanto a quien anda a ciegas, a quien queda caído al borde del camino, a quien está cubierto de lepra o de miseria, más bien pidamos al Señor ser capaces de ver lo que les impide enfrentar sus propias dificultades”, exhorta el Papa, quien enfatiza que “la gratuidad es imitar la manera que tiene Jesús de entregarse por nosotros, su Pueblo, siempre y totalmente, a pesar de nuestra pobreza”.
“El amor no tiene agenda, no colonializa, sino que se encarna, se hace uno con nosotros, mestizo, para hacer nuevas todas las cosas. Por eso el esfuerzo no es inútil, porque hay un fin. Dándonos así, imitamos a Jesús que se entregó para salvarnos a todos. Abrazar la cruz no es signo de fracaso, no es un trabajo en balde, es unirnos a la misión de Jesús de llevar ‘la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos’. Es tocar concretamente la herida de ese hermano, de esa comunidad, que tiene nombre, que tiene un valor infinito para Dios, para darle luz, fortalecer sus piernas, limpiar su miseria, brindándole la oportunidad de responder al proyecto de amor que el Señor tiene para ellos, pidiendo de rodillas que, al llegar allí, Jesús encuentre fe en esa tierra”, indica Francisco.