El Papa advierte contra el peligro de la envidia y la vanagloria: “Quisiéramos imponer a Dios nuestra lógica egoísta, pero la lógica de Dios es el amor”

El Papa advierte contra el peligro de la envidia y la vanagloria: “Quisiéramos imponer a Dios nuestra lógica egoísta, pero la lógica de Dios es el amor”

(Ciudad del Vaticano, 28 Feb. 2024). “Hoy examinaremos dos vicios capitales que encontramos en los grandes catálogos que nos ha legado la tradición espiritual: la envidia y la vanagloria”, dijo el Papa Francisco al inicio de su catequesis durante la audiencia general de esta mañana.

“La envidia es un mal estudiado no sólo en el ámbito cristiano: ha atraído la atención de filósofos y sabios de todas las culturas. En su base hay una relación de odio y amor: uno quiere el mal del otro, pero en secreto desea ser como él. El otro es la manifestación de lo que nos gustaría ser, y que en realidad no somos. Su suerte nos parece una injusticia: ¡seguramente -pensamos- nosotros nos merecemos mucho más sus éxitos o su buena suerte! En la raíz de este vicio está una falsa idea de Dios: no se acepta que Dios tenga sus propias ‘matemáticas’, distintas de las nuestras. Por ejemplo, en la parábola de Jesús acerca de los obreros llamados por el amo para ir a la viña a distintas horas del día, los de la primera hora creen que tienen derecho a un salario más alto que los que llegaron los últimos; pero el amo les da a todos la misma paga, y dice: «¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿O es que mi generosidad va a provocar tu envidia?»”, recordó el Papa, quien advirtió que “quisiéramos imponer a Dios nuestra lógica egoísta, pero la lógica de Dios es el amor”.

“Los bienes que Él nos da están destinados a ser compartidos. Por eso San Pablo exhorta a los cristianos: «Ámense cordialmente unos a otros; que cada cual estime a los otros más que a sí mismo». ¡He aquí el remedio contra la envidia! Y llegamos al segundo vicio que examinamos hoy: la vanagloria. Esta va de la mano con el demonio de la envidia, y juntos estos dos vicios son característicos de una persona que aspira a ser el centro del mundo, libre de explotar todo y a todos, el objeto de toda alabanza y amor. La vanagloria es una autoestima inflada y sin fundamentos. El vanaglorioso posee un ‘yo’ dominante: carece de empatía y no se da cuenta de que hay otras personas en el mundo además de él. Sus relaciones son siempre instrumentales, marcadas por la prepotencia hacia el otro. Su persona, sus logros, sus éxitos, deben ser mostrados a todo el mundo: es un perpetuo mendigo de atención. Y si a veces no se reconocen sus cualidades, se enfada ferozmente. Los demás son injustos, no comprenden, no están a la altura”, observó Francisco, quien recordó que “para curar al vanidoso, los maestros espirituales no sugieren muchos remedios”, porque, “después de todo, el mal de la vanidad tiene su remedio en sí mismo: las alabanzas que el vanidoso esperaba cosechar en el mundo pronto se volverán contra él”.

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